Hoy me planteo una reflexión personal: qué significa la justicia gratuita?., Para el común de los mortales, es decir, para la mayoría de los ciudadanos de a pie, la justicia gratuita la identifican con la pobreza, en unos casos, con el abuso, en el peor de ellos, y con un mal servicio, en otros cuantos. Cuando me colegié, hace ya muchos años, era obligatorio para todos los recién colegiados apuntarse al turno de oficio, en el que defenderemos a los beneficiados de esa justicia gratuita. Fuera de los actuales Máster de la abogacía y procura, era una buena manera de adquirir experiencia, tanto profesional como personal.
Profesionalmente me permitió enfrentarme a todo tipo de casos, muy diferentes entre sí. Personalmente me proporcionó la necesaria empatía para afrontar el contacto y la comprensión que un defendido requiere ante una complicada situación.
A lo largo de los años, he tenido que soportar comentarios injustos sobre los profesionales del turno de oficio. No pongo en duda que “de todo hay en la viña del Señor”, pero si las generalizaciones siempre son deleznables, más en este caso, donde la mayoría de los profesionales somos eso: profesionales, dedicados desde hace muchos, pero muchos años, a defender todo tipo de cuestiones, por difíciles o diversas que sean, donde el ímprobo esfuerzo que supone la preparación de cada caso nunca nos resulta demasiado, cuando nuestro único y exclusivo interés es defender aquello que se nos encomienda con toda la seriedad posible. Cierto es que no somos magos, no podemos “ganar” todos los casos (ya nos gustaría), pero no desprestigien a los profesionales cuya dedicación a cada uno de los casos por complicados, enrevesados, sorprendentes o extravagantes puedan correspondernos.
No olviden que el turno de oficio es un servicio público, mal remunerado, peor considerado y siempre denostado, tanto por los justiciables como por otros profesionales de la administración de justicia, y no digamos por quienes llevan las riendas de nuestro país (dícese gobernantes). Y eso, sí Señoras y Señores, es absolutamente injusto.
Ni todos los beneficiarios de justicia gratuita son unos jetas, ni todos están en la absoluta indigencia. Lo mismo que ni todos los profesionales del turno de oficio son unos inútiles, ni es necesario tener un abogado de pago, cuanto más caro mejor, para recibir un servicio adecuado.
Pero, por favor, valoremos justamente este gran servicio público en el que muchos de nosotros, con largos años de experiencia a nuestras espaldas, seguimos prestando en pro de aquellas personas que no tienen recursos económicos suficientes para abonar un profesional de su elección. Y no sólo económicamente, que también, porque la miseria tampoco refleja ninguna consideración hacia nuestro trabajo (la mayoría de actuaciones ni siquiera tienen cuantificación alguna).
Como servicio público que prestamos, debiéramos tener esa consideración social más que merecida por el esfuerzo que cada uno de nosotros (en general) estamos realizando día tras día. Pero, además, no digo que ganemos dinero con este servicio social, tan solo que no nos cueste de nuestro peculio personal: no tenemos cobertura alguna, no se nos reconocen todos los trabajos (en ocasiones arduos y complejos) que realizamos, se desestima el tiempo, si, ese tiempo necesario que dedicamos a la preparación de cada uno de los asuntos, volcando nuestros conocimientos (adquiridos, por cierto, por nuestra propia cuenta y a costa nuestra). Y todo ello, mal pagado, y como decían las abuelas: tarde, mal y nunca. Ya ni para sufragar los gastos da.
Tan hartos estamos los profesionales de esta situación que cada día hay menos “altruistas” (si, si, porque lo nuestro es puro altruismo) que quieran ofrecer este servicio, queja que encontramos constantemente sobre el escaso número de partícipes, con un acusado descenso en los últimos años, a la par que crecen exponencialmente los solicitantes de este servicio.
En conclusión: un profesional de la abogacía puede ser tan bueno si actúa en el turno de oficio como si lo hace de pago, porque es un profesional, y su dedicación, su tiempo, su estudio, su esmero, sus ganas de afrontar la mejor solución para su defendido han sido, son y serán siempre incombustibles para alcanzar su objetivo primordial: la defensa de los intereses encomendados.